Cráter del Volcán Popocatépetl, desde mi ciudad. Amablemente, © Juan_de (ON - OFF) Juan E de Francisco, me ha enviado esta versión de la historia del Popocatépetl y el Ixtaccíhuatl, la compañera de este volcán, pero que no sale en la foto (jeje)... Ni Juan ni yo estamos seguros quién es el autor de los versos, aunque creemos que fue José Santos Chocano... Hermosa leyenda que por aquí conocemos desde niños y mejor manera de contarla: la comparto con ustedes: El IDILIO DE LOS VOLCANES El Ixtaccíhuatl traza la figura yacente de una mujer dormida bajo el sol. El Popocatépetl flamea en los siglos como una apocalíptica visión; y estos dos volcanes solemnes, tienen una historia de amor, digna de ser cantada en las complicaciones, de una extraordinaria canción. Ixtaccíhuatl fue la princesa más parecida a una flor, que en la tribu de los viejos caciques. el más gentil capitán se enamoró. El padre augustamente abrió los labios y díjole al capitán seductor: si tornaba un día con la cabeza del cacique enemigo clavada en su lanzón, encontraría preparados, a un tiempo mismo, el festín de su triunfo y el lecho de su amor. Y Popocatépetl fuese a la guerra con esta esperanza en el corazón, domó las rebeldías de selvas obstinadas, el motín de riscos al paso vencedor, la osadía despeñada del torrente, la asechanza de los pantanos en traición, y contra cientos de cientos de soldados, por años y más años, gallardamente combatió. Y al fin tornó a la tribu, y la cabeza del cacique enemigo, sangraba en su lanzón. Halló el festín del triunfo preparado a su regreso, pero no así el lecho de su amor. En vez de lecho encontró el túmulo, en el que su novia dormia bajo el sol. Esperaba en su frente el beso póstumo de la boca que nunca en la vida besó. Y Popocatépetl quebró en sus rodillas, el haz de flechas, y en una sorda voz, conjuró las sombras de sus antepasados contra las crueldades de su impasible dios. Era la vida suya, muy suya, porque contra la muerte la ganó. Tenía el triunfo, la riqueza, el poderío; pero no tenía el amor... Entonces quiso que veinte mil esclavos alzaran un gran túmulo ante el sol. Amontonó diez cumbres en una escalinata como de alucinación; Tomó en sus brazos a la mujer amada, y él mismo sobre el túmulo la colocó. Encendió una antorcha y, para siempre, quedóse en pie alumbrando el sarcófago de su dolor. Duerme en paz, Ixtaccíhuatl; nunca los tiempos borrarán los perfiles de tu casta expresión. Vela en paz, Popocatépetl; nunca los huracanes apagarán tu antorcha, eterna como el amor...