Estaban solas, creciendo sencillas, bellas, y coloridas en el diminuto espacio que se formaba entre las lajas de roca del atrio de una iglesia serrana... Quería llevármelas conmigo para que no murieran y dárselas a alguien en verdad especial. Por eso las capturé con los ojos y las guardé con mi cámara; por eso ahora las saco de entre las lajas de mi mente y las rocas de mi corazón, para hacer con ellas una breve ofrenda al hombre que tantas ganas tengo de conocer, aunque no sea en esta vida.